Uno más

29 junio 2009

urna-voto
Tenía que ir a votar y no sabía a quién. Doblé a la derecha en Irigoyen mientras pensaba en el radicalismo y su ensalada de candidatos dispuestos a cambiarse de ideología como si fuera una remera. Hice unas cinco cuadras, puse guiño, y doblé a la izquierda en la avenida Agustín Tosco. La ciudad estaba empapelada de promesas. Pensé en las diferentes posibilidades de votar alguna de las múltiples variantes de pseudoperonismos que cagan sueños de justicia y se limpian con sufragios populares. Crucé la plaza, me acomodé el casco con la mano, y doblé a la izquierda en Ernesto Guevara. Pensé en los partidos obreros y socialistas. Recordé algunas de sus ideas que van más allá de las sanas utopías hasta caer en el absurdo. Pensé en ellos vendiéndose como mercancía de apoyo u oposición –según el caso– para manifestaciones y ataques a comercios que pecan de estar anclados en el lugar equivocado y sin poder escapar. Pasé el semáforo y doblé a la derecha en Jorge Videla mientras barajaba posibilidades en los nuevos partidos de derecha, con sus promesas de mano dura, de leyes de Talión, sus miradas vendadas y sus alucinaciones que los hacen percibir billetes donde hay urnas. Estaba llegando a una esquina cuando vi el cartel que indicaba que yo estaba entre Jorge Videla y Mario Firmenich. Me detuve en el centro de esa cruz formada por genocidas, y apoyé un pie en el asfalto para no caerme. Pensé en la cantidad de personas que habían matado esos dos hijos de puta. Estaba frenado en ese cruce de asesinos con la mirada puesta en ese simbólico cartel que ignoraba la cantidad de vidas que representaba; tan absorto en mis pensamientos que no vi el colectivo que en ese preciso momento atravesaría inexorablemente el cruce.

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