Gómez el visionario

26 May 2009

Cuando llegué, en febrero de 2019, todo el mundo corría y gritaba en el puerto de Fray Bentos, una ciudad de Uruguay que está sobre los márgenes del río que tiene el mismo nombre que ese país. Yo tenía unos 32 años y había ido a visitar a mi abuela después de muchos calendarios de ausencia.
Junto al río verdoso (antes, en los albores del siglo XXI, era azul como el cielo), había una fábrica que miraba atentamente con sus rectangulares ojos de vidrio como la gente iba y venía sin saber qué hacer, o queriendo hacer muchas cosas, corriendo hacia la orilla para tratar de ayudar, y volviéndose sobre sus pasos para buscar un palo, para detenerse, pensar un segundo y correr hacia otro lado a buscar a un policía, o tal vez quedarse quieto para llamar a los bomberos.

Un niño de unos ocho años se estaba ahogando mientras algunos corrían de un lado a otro tratando de ayudar pero entorpeciendo la circulación de los que realmente lo hacían, y mientras tanto, esa fábrica permanecía impávida ante el suceso, cual si mirara la escena de una película. No dejaba de trabajar, de echar humo al cielo como para que los bomberos supieran donde estaba la emergencia, ni de verter su verde desperdicio sobre el río. Cómo si el pobre gurí necesitara más líquido a su alrededor. Afortunadamente, fue rescatado. Estaba inconsciente, con la cara hinchada y morada. Fue trasladado a un hospital de la zona, y por los diarios del día siguiente me enteré que se llamaba Hilario Gómez.
Nunca más supe de él hasta ayer que leí su nombre en el obituario del diario. Jamás olvidé cómo se llamaba: Hilario (como uno de mis poetas preferidos) y Gómez, como yo. Tenía el nombre que a mí me hubiera gustado tener si hubiese podido elegir. Tampoco olvidé su cara cuando lo sacaron de ese pestilente río. Me sorprendió que haya vivido tanto tiempo, por lo que me puse a averiguar en Internet sobre su vida. Grata fue mi sorpresa cuando descubrí que se transformó en una celebridad de Fray Bentos, la tierra donde vivió “Funes el memorioso“, esa persona que conoció Borges y que tenía la capacidad de recordar todo, absolutamente todo. Recordaba cada grieta de cada pared, todos los vástagos y racimos y frutos de una parra, las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882, todas las innumerables formas de todos los fuegos que vio en su vida…
Por su parte, Hilario Gómez, luego de ese accidente en el río Uruguay desarrolló la prodigiosa capacidad de ver, sin estar presente, lo que le sucedía a otras personas.
– ¿Cómo le fue hace dos días con el foquito de luz que cambió, doña Rosa?- asegura una página de Internet que Gómez le habría dicho a una mujer que no conocía, pero a la que encontró en el centro de la ciudad.
En efecto, él veía las cosas que hacían todas las personas de la ciudad. Era testigo cuando entraban a su casa, cuando salían; había visto (sin presenciar, aclaro nuevamente) cuanta sal le puso Raúl Fonseca a la comida que preparó el segundo sábado de abril de 2024; veía, asimismo, las contraseñas de las computadoras de cada uno de sus conciudadanos. Descubrió que la mayoría usa la misma en su casilla de e-mail, en las páginas para conocer amigos virtuales, en las redes sociales, en las contraseñas para celulares, y demás. Vio a más de un vecino comerse los mocos, descubrió las artimañas que usaban los que llegaban tarde a trabajar en la fábrica, fue testigo de las infidelidades más audaces, de las prácticas amatorias más inverosímiles, de los gestos de desagrado más disimulados.
– ¿Encontró esa moneda que se le cayó abajo del sillón?- preguntaba iróncamente, aún sabiendo la respuesta.
Fue una persona doblemente prodigiosa: además de su capacidad sobrenatural ya descripta, tenía otra aún más sorprendente, que se transforma en algo superlativamente maravilloso a raíz de ir acompañada de ese primer don: Hilario Gómez era una persona con un gran sentido de la ética y sumamente reservada con las cuestiones privadas ajenas. Nunca hablaba de las cuestiones personales de los otros ciudadanos, a menos que la justicia así lo hubiera requerido.
La sociedad entera cambió de manera radical: las señoras que barrían la vereda por la mañana pretendían la amistad con este hombre que todo lo sabía, pero que, lamentablemente para ellas, poco lo decía; los delitos disminuyeron sensiblemente a partir de que comenzaron a tener un testigo visual de renombrada credibilidad; ya no existía la posibilidad del crimen perfecto.

Hace dos días murió Hilario Gómez, único héroe popular –según reza un artículo en la versión on line del diario uruguayo El País–; el hombre que veía todo lo que sucedía en su ciudad, Fray Bentos; la misma donde en 1868 había nacido “Funes el memorioso”. Trágico destino el de este hombre que recordaba todo, y ahora, a la sombra de Hilario Gómez, no es recordado por nadie.

One Response to “Gómez el visionario”

  1. Vic Vanella Says:

    Sabiendo tanto, no sé cómo duró todo ese tiempo!
    Me gustó mucho…y sigo esperando el de la nena!
    Besos Gonchuchi de mi cuore


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