Los colores de Suzanne

7 abril 2009

El 22 de noviembre de 1959, en Lion, Francia, se haría la competencia final para determinar quién sería la afortunada en representar a su país durante la primera edición de los Juegos Paralímpicos en Roma al año siguiente.
Todas llevaban más de un año de entrenamiento físico y mental. Las nueve participantes representantes de diferentes provincias francesas querían ser la nadadora de Francia en esta nueva competencia internacional. Las nueve participantes eran ciegas.


Las nueve, uniformadas con un riguroso traje de baño negro, estaban paradas en un extremo de la pileta esperando el pitido que daría inicio a la carrera final.
Era una carrera de resistencia, y debían recorrer 1000 metros sin frenar. Era, también, una carrera contra sí mismas y contra el destino. Todas querían demostrarse que podían llegar. Las nueve competidoras se sentían encerradas en una vida sin luz, etiquetadas en la discapacidad de la ceguera, y con la única posibilidad de destacarse en alguna rama de las artes o los deportes.
Suzanne, la competidora número 5, la que largaría desde el centro de la pileta, parecía estar más segura que el resto. Había entrenado con todas sus fuerzas, sin descanso ni feriados. Había hecho dietas y dejó de fumar. Ella no buscaba triunfar, no quería la fama ni ser reconocida. Tampoco le importaba ser discriminada por su ceguera. Suzanne estaba ahí porque necesitaba la plata para operarse. Era la única que había perdido la visión siendo adulta, y la única que podía recuperar el 50% de ella. La intervención quirúrgica, claro, estaba lejos de su alcance. Sólo los colores –repetía–, sólo quiero volver a ver los colores.

Ya alineadas, todas esperaban el sonido del silbato. Con las piernas semi-flexionadas y los brazos hacia atrás, esperaban ese chillido agudo con el que empezarían a competir contra las asfixiantes etiquetas de la discapacidad. La ceguera era una marca en la piel, un tatuaje en la frente, una cadena en el cuello. Todas llegarían; nadarían 1000 metros sin frenar. Todas menos Suzanne, que volvería a su casa con una marca en la piel, un tatuaje en la frente, una cadena en el cuello, dos dedos de la mano fisurados, y golpes en la cara y las piernas.

nadadoras

A la foto la saqué de esta página

2 Responses to “Los colores de Suzanne”


  1. jajajaja muy sacrástico, jaja, pobrecita!!!


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